Victoriano Lillo Catalán nació en Villena el 4 de febrero de 1892, era hijo de una familia de comerciantes destinados al comercio de ultramarinos. Residían en la calle Corredera, nº 10.
1967 CINCUENTA AÑOS FUERA DE MI TIERRA NATIVA, por Victoriano Lillo Catalán.
Cuando uno de los tantos Emperadores se cansaba de sus
maestros o de sus bufones y no se atrevía a entregarlo al verdugo, los enviaba
al exilio.
—¿Qué es un exiliado?, le pregunté a mi viejo maestro
Ch. Rappoport, gran sociólogo y gran exiliado.
—El exiliado es un muerto que camina.
Pero algo misterioso le impulsa: una creciente soledad
flotante persigue al hombre en su camino con tenue luz y silencioso encanto,
fuente prístina del humano dolor. Dos ojos de mujer y un joven llanto.
Ese impulso es el que crea el mundo del sentimiento,
alejado, distinto del pensamiento y escondido en nuestro corazón. En él
guardamos nuestras impresiones infantiles transformándolas en líneas y colores,
en cosas y en seres.
Las líneas elegantes y rítmicas de las grisáceas
montañas, el cielo de puro azul, la tierra policroma henchida de vida, las
aguas cristalinas, la múltiple música de los vientos, el estampido del trueno,
el dorado Castillo, el flotante cendal de la Peña Rubia, el Calvario, el camino
de los mudos y negros cipreses con rumbo al último descanso, las dos iglesias,
la fuente "de los Burros", los "chorros" de las
fuentecicas, las deliciosas, infantiles campanitas de las Trinitarias...
Mis maestros: D. Vicente, el de la escuelita en la
calle Empedrada, con los cordones de sus pesadas botas siempre sueltos. Chanzá,
movedizo expresivo, sonriente; él me inició en la Astronomía. D. Luis Pastor,
simpático y casinero. D. Juan Chaumel y Jorge; a él le debo mi entrada en la
grandiosidad del pensamiento latino y de la cultura de su época. De D. Juan
decía Menéndez y Pelayo que tenía la solemnidad de Tácito y el restallido de
Juvenal. D. José Serra y Dalmau, de quien fui muy amigo; a él le debo el
deslumbramiento del Siglo de Oro a mis quince años, y, a los dieciséis, desde
el Brasil, en el diario "Español", de Sao Paulo, le dediqué mis
primeros cuentos.
Mis fiestas: el desfile de Moros y Cristianos; las
meriendas en el campo; mis visitas al Santuario; mis escaladas en todo cuanto
monte estaba a mi alcance; los sermones de los frailes que sabían hablar, y los
bailes populares en le época de la vendimia.
Actualmente, la cara de Villena, como la de todos los
pueblos que sienten la invasión del Norte europeo, con pánicas y extrañas
representantes de un Buda nacido entre mármoles pentélicos, tiene inquietud
juvenil y parada de circo. Con Gigantes y Cabezudos se atreve a tapar los
paisajes de nuestra maravillosa campiña, vistiéndolos de liencecillos
coloreados de verdes y rojos aquelarritos.
Súbitamente, la joven y rica población norteeuropea
siembra sus alegrías y su fuerte moneda, conseguida con trabajo, disciplina y
espíritu creador, adaptándose a la vida contemporánea. Una inquietud juvenil
nace de los herederos del dolor y fresca, confiada, inicia con ritmo nuevo el
despertar de la realidad presente: aumento de riqueza, sentimiento del deber,
disciplina. Lo que nos asombra es que tan inesperada resurrección no llegará
aún al silencioso y estéril campo.
Pero ya se acerca el momento en que florezcan las
tierras paupérrimas y los Gigantes y Cabezudos armonicen sus formas con los
contornos eternos de nuestros paisajes, a no ser que, como las moles
babilónicas, se transformen en terrosos mamelones por donde sólo pasan las cabras
y los camellos.
En conjunto, la gran Bilumen me parece recia, juvenil,
trabajadora y de un agrado que no siempre se manifestó.
No olvidemos que lo real es la vida.
La vida es el hecho. El hecho sólo lo determina la
acción. Hoy, la acción cubre casi toda
la península ibérica.
Artículo publicado en la revista anual Villena 1967.
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