Sinesio
Delgado comenzó sus relatos de visitas a provincias por orden alfabético, de
ahí que la provincia de Alicante figure en el libro en tercer lugar, tras Álava
y Albacete.
Se detalla a continuación la crónica
que realizó acerca de su estancia en Villena y que figura en las páginas 39,40
y 41 del citado libro.
Publicamos algunas de las fotos que ilustran los textos que aparecen a continuación:
Tras
dejar Sax entramos en Villena a eso de las seis, completamente de noche, y como
la estación está en la población misma, no hay vehículo alguno a disposición de
los viajeros.
Por el
gusto de intentar una calaverada, desoímos las tentadoras voces del mozo de la
fonda, y nos lanzamos entre la oscuridad a buscar a tientas alojamiento. Suerte
fue y no pequeña, que la hospedería del
Alcoyano estuviera a dos pasos del andén y a mí se me antojara fijarme en
el anuncio de la fachada, porque de no haber sido así, a estas horas andaríamos
todavía vagando como almas en pena ¿Qué por qué?, Ay, porque no saben ustedes
bien lo que es Villena por la noche.
Después
de la comida, amenizada por un famoso orador de mesa redonda, que tronó contra
el Círculo de la Unión Mercantil por entregarse demasiado a la política,
salimos a practicar un reconocimiento con las debidas precauciones. Eran las
ocho en punto y no había un alma por las calles, lo que se dice ni un alma.
Unos cuantos faroles de petróleo, excesivamente distanciados, servían para
hacer creer que los charcos eran terreno firme, puertas y ventanas estaban
cerradas a piedra y lodo, y no se oía una voz, ni un ruido, ni el aleteo de un
murciélago en aquella negrura pavorosa.
Únicamente
estaba abierto, frente a nuestra fonda, el Círculo del Comercio, donde por
recurso tomamos café, y donde hubiéramos estado solos a no ser por los
viajantes, nuestros compañeros de alojamiento.
Imitando
a los habitantes de Villena, cuyas morigeradas costumbres son de alabar, nos
retiramos a las nueve.
Al
entrar en nuestro cuarto estaba todo, naturalmente como yo la había dejado: las
cuartillas en que trabajé mientras llegaba la hora de la comida, el tintero,
las cajas de placas fotográficas, la lámpara de tubo rojo…, pero, oh, sorpresa;
sobre la silla en que me había sentado yacía un servicio de café. Sin café,
pero con cucharilla, servicio que yo no había puesto allí ni del cual tenía la
menor noticia.
Aquello
ponía los pelos de punta, porque es de advertir que al salir habíamos cerrado
la puerta con llave.
¡Cielos
¿si la sombra del marqués de Villena, aquel a quien tuvieron por brujo y
encantador sus contemporáneos, se entretendrá en hacer jugarretas a los que
vienen a visitar sus antiguos dominios?
Por de
pronto esta noche voy a soñar con la redoma.
Y a
volver a dirigirme a la Providencia parodiando al personaje de Ibsen:
¡Madre,
el sol ¡el sol para mañana, que si no no voy a poder hacer fotografías.
Y
efectivamente, bajo un sol esplendoroso y rutilante se nos apareció al día
siguiente un Villena distinto del que habíamos podido imaginarnos entre las
sombras. Alegre, animado, lleno de vida, contrastaba notablemente con el pueblo
muerto encontrado a la llegada.
Los
trabajadores villenenses con sus trajes de día de fiesta, las muchachas guapas
con sus trapitos nuevos, los señores de la burguesía tomando el sol en la
plaza, o en la calle de la Estación, o en la Corredera, los mercados
concurridísimos, las calles todas bullendo de gente que iba y venía de la
iglesia.
Se nos
ofreció espontáneamente por guía nada menos que Simón Bocanegra, un mozo que limpia las botas al que se lo permite
y, además engancha viajeros para la hospedería del Alcoyano. Como era de temer,
Bocanegra no estaba muy enterado de historia, ni de heráldica, ni de geografía
t hasta confundía lastimosamente el correo con el telégrafo, pero conocía
perfectamente todos los escondrijos del castillo, que era lo interesante.
Además
y por si no fueran bastante sus escasos conocimientos, pronto se nos unieron,
al olorcillo de la máquina fotográfica, ocho o diez muchachuelos sin
ocupaciones perentorias, que nos escoltaron toda la mañana alegremente.
Con tan
lucido acompañamiento recorrimos las principales vías de la población,
admiramos la notabilísima fachada del Consistorio, dimos un paseo entre los
vendedores de fruta y hortalizas en la plaza de las Malvas, oímos misa en la
iglesia de Santiago, de orden gótico con enormes columnas salomónicas y subimos
al histórico castillo, resbalando y cayendo por empinadísimas callejuelas.
Consérvase este monumento en bastante buen estado y mejor estaría aún si los franceses, no hubieron tenido la malhadada idea de volar las bóvedas de dos pisos en la torres del homenaje.
Se
lleva hasta las almenas de esta torre por una serie de escaleras angostas y
oscuras labradas en el mismo muro, y desde lo alto se ve, muellemente reclinada
a los pies de la fortaleza, la populosa ciudad, con sus calles laberínticas y
sus dos pequeñas torres.
Allá, a
lo lejos, se extiende una vega pintoresca y feraz, hasta el límite de la
provincia por la parte de Albacete, y hasta la cordillera por la de Alicante.
Está
casi intacto su gran patio de armas con torreones en los ángulos y escaleras de
piedra que permiten el libre acceso a la muralla. Tiene el castillo un no sé
qué que infunde placidez al espíritu y no produce la impresión de terror de
otras construcciones de esta clase. Tal vez depende esto de la subida fácil y
de la familiaridad con que trataban a los venerables restos los simpáticos capitalistas nuestros acompañantes, que
corrían y saltaba por todos lados, peleándose por enseñarnos cuanto sabían, que
no era cosa mayor, desgraciadamente.
-Mire
usted, aquí dormían los moros.
-Aquí
se ponía el centinela de los moros.
-Allí,
en aquel agujero, se ven unas tablas que son de la caja donde enterraron a un
capitán moro.
¡Siempre
los moros.
-Aquellas
aberturas redondas que se ven allá arriba, dice uno, eran para los cañones.
-Justo-añade
otro,-y las rendijas que tenían encima eran para el gatillo.
En fin,
que no dejó de ser instructivo y ameno el paseo por aquellas alturas.
A la
bajada presenciamos la salida de la misa de doce, llamándonos la atención el
tocado de las mujeres, que consiste en una mantilla de franela blanca como la
nieve.
Y
después de comer, acompañados ya por personas mayores, visitamos la parte alta
del Círculo Comercial, donde habíamos tomado café la noche anterior, casi sin
saberlo, y todas las dependencias del Casino Villenense, decorado con lujo y
que tiene a disposición de los socios una biblioteca en la que figuran los
mejores libros de literatura moderna: colecciones completas de la obra de
Galdós, Pereda, Campoamor, Valera, Clarín, Alarcón, etc.; de viajes, de
historia, de geografía…en fin, pruebas palpables de que ha presidido en su
formación exquisito gusto.
Pero lo
que no debe de visitar el curioso que pase por Villena son los manantiales.
En el
patio de una casa particular, al mismo nivel del suelo, y formando un estanque,
brota tal cantidad de agua cristalina que viven en ella, coleando muy a su
gusto, centenares de barbos casi domesticados por el trato de gentes y algunos
de ellos muy respetables y muy dignos de figurar en cualquier banquete.
Se da
salida al agua por una pequeña alcantarilla que horada los muros de la casa y
forma a la entrada del mercado un no muy grande remanso que llaman la fuente de los burros.
Por una
poterna abierta al lado de la fuente de Alfonso XII, situada en la plaza del
mercado, se penetra en una gran cueva donde se ve salir a borbotones de los
peñascos un verdadero rio que por filtración viene, indudablemente, de las
montañas próximas. El espectáculo bajo aquellas bóvedas oscuras es tan raro y
sorprendente que, según cuenta, cuando D. Emilio Castelar estuvo en Villena,
hace años, se sintió tan entusiasmado al ver aquello, que lo dedicó, ante sus
escasos acompañantes, uno de sus más arrebatadores discursos.
Deploro
yo no tener la maravillosa brillantez de estilo de nuestro gran tribuno; pero
más lo sentirán ustedes, que tienen que contentarse con esta relación breve y
sucinta.
No es
todo agua en Villena, también hay mucho vino y muy excelente.
Sin ir
más lejos, en las grandes bodegas de Conesa, y en infinidad de departamentos
repletos de conos, pipas y vasijos,
se almacenan muchos millares de arrobas. Una poderosa máquina aspira impelente,
movida a vapor, hace los trasiegos necesarios por medio de una complicada
tubería que serpentea en giros caprichosos por todas partes.
No hay
para qué decir que probamos diferentes clases de caldos, elaborados en la casa,
de exquisito sabor y aroma confortante; ni que a la salida el cielo cárdeno, las
montañas plomizas y hasta el incierto porvenir nos parecían de color de rosa.
En el
pueblo natal de D. Ruperto Chapí, el insigne y fecundo compositor, honra de
España, no podía faltar música.
Y
música tuvimos, y buena, y admirablemente interpretada al piano por una
lindísima señorita villenense, en una velada improvisada en obsequio nuestro,
que se prolongó hasta la una de la madrugada. La pianista hizo primores de
ejecución, se recitaron versos de todas clases, nos honraron con su compañía
algunas muchachas bonitas y todos los aficionados a las bellas artes, que son
muchos; los dueños de la casa hicieron los honores con exquisita galantería, y
nosotros…creo que nosotros no estuvimos a la altura de las circunstancias con
nuestros atalajes de marcha y nuestra cortedad nativa.
Lo cual
no me ha de impedir declarar urbi et orbe
que Villena es uno de los pueblos más hospitalarios de la nación, y sus
habitantes los más cariñosos y atentos de la tierra.
Llaman la chicharra al tren que recorre el
trayecto entre Villena y Bocairente, porque la locomotora pita de una manera
especial estridente y ronda.
Pues
bien, en esta chicharra, que corre
sobre vía estrecha y tiene unos coches muy cómodos, llegamos a Bañeras, después
de cruzar los términos de unos cuantos
pueblos, cada uno con su castillo correspondiente, de la misma época y estilo
que el de Villena.
Nota final:
Sinesio Delgado publicó el libro en 1900, el cual recoge los viajes que realizó en los tres años anteriores, Su estancia en Villena fue en 1896.
1 comentario:
coloreadas por Raúl Hernández para Villena Cuéntame.
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