La escuela, los maestros y los compañeros.
Las escuelas se encontraban al fondo de la iglesia de Santa María y fueron instaladas dos clases en las cambras, a las que se accedía por una escalera interna con la sacristía. Se habilitó una escalera directa, por la que subíamos a las clases, a través de una puerta que daba a la placeta de la Rambla, que tenía la distinción de ser lugar central de los juegos durante el recreo. Las paredes exteriores estaban adosadas a los muros de piedra del templo, decoradas con dos ventanas que daban, una a la pared de la iglesia y otra a un pequeño patio interior.
Las clases estaban
pintadas de dos colores, la faja que tenía una altura de un metro, de color
gris oscuro y la parte superior de color mezcla de blanco y gris claro.
Cada una de las clases
tenía dos grandes ventanales, con orientación mediodía y casi puesta de sol, por
lo que en los días de sol entraba mucha luz. Gracias a esa ubicación, suplíamos la falta de
calefacción con el calor del Sol.
Nos sentábamos en bancos
de madera, que rodeaban unas mesas rectangulares. En cada mesa cabían diez
alumnos y como había cinco, el número total de alumnos por clase era de
cincuenta.
Dos maestros se
encargaban de las clases, los hermanos José y Ángel Sánchez Griñán, muy
conocidos en la ciudad por ser los hijos del sacristán de la iglesia
arciprestal de Santiago.
Siempre vestidos con chaqueta
y corbata, mostraban semblante serio, pero inspiraban confianza, pese a la
disciplina que imperaba en todo momento. Conseguían mantener atenta a la clase
y si alguien se despistaba, recibía una
ración de palmetazos, pudiendo, el alumno, indicar en qué mano los quería.
Previo al comienzo de la
clase, se hacía el rezo de rigor, a lo que seguía el canto del Cara al Sol o el
Himno Nacional (con la letra de José Mª Pemán).
Utilizaban mucho la
pizarra, y en todo momento dejaban claro su completo conocimiento de la
enciclopedia “Alvárez”, libro que contenía en sus páginas todas las
asignaturas, salvo el Catecismo.
Los paseos por el centro
de la clase marcaban su autoridad. El trato que dispensaban a los alumnos era
igual para todos, incluidos los dos hijos del alcalde.
El recuerdo de ambos
maestros quedó bien grabado para la historia en 1986, con los actos de homenaje
que les tributaron los antiguos alumnos y como prueba de ello, se les puso su nombre a la placeta por donde
se entraba a la escuela.
Si la escuela formaba
una parte importante en nuestra educación, no menos importante eran las
relaciones entre compañeros y traigo al recuerdo algunos de los juegos, tanto
en el recreo, como en horario extraescolar, que era más escaso que ahora, dado
que los sábados también acudíamos a clase.
Las actividades
recreativas estaban centradas en el fútbol y para ello contábamos con varios
espacios, que preparábamos enseguida con lo colación de cuatro piedras para
indicar las porterías. El resto de juegos era por temporadas e iban variando
según el mes del año: canicas, estornija, peonza o trompa, cartones y lima.
Todos teníamos la
obligación de llevar el colegial, el escudo de la escuela era opcional. La
cartera y plumier, que podía ser de uno, dos o tres pisos, era necesaria.
Las escuelas eran
cantera del coro parroquial y del grupo de monaguillos, pudiendo optar a dicho puesto
tras haber realizado la primera comunión.
Y por último citar las
concentraciones de todos los alumnos en diversos actos religiosos como eran: la
visita diaria al Sagrario, al finalizar las clases, el Vía Crucis los viernes
de Cuaresma, la Misa de once de los domingos y la asistencia a diversos actos
religiosos de la parroquia, como: Las cuarenta horas, miércoles de ceniza, día
de Santa Lucía y el mes de mayo dedicado a María.
No hay comentarios:
Publicar un comentario