Muy interesante fue la faceta astronómica que desarrolló el farmacéutico DON TOMÁS GINER GALBIS, habitual colaborador del semanario villenense El Bordoño y que a lo largo de su vida estuvo muy implicado en el desarrollo de la ciudad de Villena.
Casado con Lola Vitoria, fue una conocida compositora local, a quien Villena, a través del Conservatorio Local de Música, rindió homenaje a su excelente trayectoria musical.
8.
Este fenómeno
celeste, raramente observable, sucede muy de tarde en tarde, pues esta es la
primera vez que acaece en el siglo XX; de aquí
la importancia que tal acontecimiento tendrá para los astrónomos. Los
aficionados que dispongan de un anteojo astronómico o de buenos gemelos de
teatro, podrán observar el paso de Mercurio mirando a través de un cristal
ahumado, pues la visión directa
perjudicaría la vista. Se distinguirá como un puntito negro, redondo, que se
desplaza por el disco solar.
El planeta
Mercurio es muy difícil de observar en su marcha alrededor del Sol, que la
efectúa en 87 días, 23 horas y 15 minutos, pues siempre va envuelto entre las
radiaciones solares, y sólo puede distinguirse con un anteojo algo potente,
durante los das que se separa más del Sol, y esto si el horizonte no se halla
vallado por las nubecillas que, cual gasas tenues, se extienden con frecuencia
en las puestas solares.
Dista del Sol 14.000.000 de leguas; su diámetro es de 4.800
kilómetros; así, pues, está más cerca del Sol que nosotros y es mucho más pequeño
que nuestro mundo Tierra. Su día dura 24 horas, 5 minutos, casi lo mismo que
nuestros días.
Mercurio es un planeta muy excéntrico, es decir, que su
marcha~ alrededor del Sol es una elipse algo prolongada; por esto unas épocas
recibe dos veces más luz y calor que otras, resultando de esto que las
estaciones en este astro son más caracterizadas que en el nuestro y los cambios
de temperatura más violentos, más bruscos. Debido a su pequeñez, cerca de tres
veces más pequeño que la Tierra, á la distancia que nos separa de él,
23.450.000 leguas, y a girar siempre entre las radiaciones del Sol, su
observación se hace difícil, su estudio delicadísimo; de aquí que conozcamos
tan poco todo lo referente a sus climas, accidentes superficiales, atmósfera.
Sólo sabemos que sus estaciones duran 22 días, que su peso especifico es 16,
16, que recibe seis veces más luz que nosotros, por lo que si posible nos fuese
trasladarnos a su superficie, veríamos el Sol como un disco brillantísimo, más
grande que lo vemos desde aquí.
Mercurio seria un excelente observatorio para los astrónomos
encargados del estudio del Sol, Sechy, Herschel y Flammarión, Poicaré, -qué de
conocimientos más perfectos, más precisos, no hubieran hecho del astro de la
vida, de haber instalado allí sus aparatos-.
El día 14 de Noviembre, de diez a dos de la tarde, el cielo
llama a todos los aficionados de la ciencia astronómica a pasar un rato feliz
contemplando un acontecimiento raro, que sucede pocas veces en la vida del
hombre: el paso del planeta Mercurio por delante del disco brillante del Sol.
A preparar, pues, los anteojos o gemelos de teatro, provistos de su correspondiente cristal
ahumado, y a mirar y ver.
(Tomás Giner,
farmacéutico de la calle Mayor)
El Bordoño nº 73,
10-11-1907
1960. LA LUNA OBSERVADA DESDE VILLENA
D. Enrique de Villena • D. Tomás Giner Galbis • El
cráter «Giner»
En recuerdo de sus interesantes
investigaciones astronómicas,
uno de los «cráteres» de la Luna ha
sido dedicado a don Tomás Giner.
La luna, por ser el astro más
cercano a nuestro planeta, ha sido desde tiempos inmemoriales el más estudiado
por el hombre, habiéndose llegado en este siglo XX a conocerse, en cuanto a su
orografía, con gran perfección, debido a la mejor calidad de los telescopios
que usan los astrónomos y selenógrafos de nuestros tiempos.
Paluzie, astrónomo español,
Secretario Permanente de la Sociedad Lunar Internacional y Secretario General
de la Sociedad Astronómica de España y América, nos da una clasificación
sumaria de los accidentes lunares, la cual vamos a exponer antes de adentrarnos
en las relaciones que tiene Villena con nuestro satélite.
Uno de los aspectos que más llaman la atención al
observar el relieve lunar es el de los llamados «cráteres» y «circos», los
cuales no son más que cordilleras circulares que rodean una porción de terreno
cuyo piso es de nivel inferior al circundante externo. Sus diámetros oscilan
entre los 300 metros y los 10 kilómetros. Los «circos» tienen el piso llano,
mientras que los «cráteres» poseen el relieve interno más abrupto. La altura de
las montañas circulares es de 300 a 700 metros. Se encuentran también los
«cratercitos» o excavaciones en forma de bol; los «picos», que son montañas
aisladas; las «ranuras», de las que hay más de un millar, y reciben el nombre
de «valles» si son más anchas; las «intumiscencias» o formaciones hemisféricas,
de las que hay más de un centenar, generalmente pequeñas, si bien existe una
que mide 32 kilómetros de diámetro.
La mayoría de estos accidentes están
en regiones de tono claro, llamadas «tierras», que contrastan con otras obscuras
llamadas «mares», a pesar de que se sabe que no contienen agua; pero como este
nombre fue impuesto por observadores del siglo XVII, se ha conservado por
tradición.
Si en todas las épocas y desde todos
los lugares de la corteza terrestre, el hombre ha dirigido su mirada a la Luna
para estudiar sus secretos, Villena no ha permanecido indiferente a esta
inquietud científica, y en su historia deja testimonio de ello por medio de dos
personas que se dedicaron a esta faceta de la Ciencia.
Una de ellas, la más conocida, es la
de nuestro don Enrique de Villena, nieto del marqués de Villena, don Alonso de
Aragón, y del rey de Castilla, Enrique II. Mas no fue su esplendorosa
ascendencia de los Reyes de Aragón y Castilla la que le dio un puesto preeminente
en la historia de los hombres, sino sus cualidades innatas de agudo observador,
que con estudios y comparaciones de los fenómenos físicos, naturales y
biológicos, adquirió un extenso caudal de conocimientos, los cuales, hasta su
adolescencia, estuvieron influidos por la época, licitándose a la Alquimia,
Magia, Nigromancia y otras ciencias herméticas. Pero más tarde, después de
recorrer gran parte de aquella España, completó su sabiduría en ciencias más
concretas, como Fisiología, Patología, Botánica y, especialmente, Astrología,
la cual define, según cita Crame, como «senda que lleva los omnes a Dios, es a
saber: dales de El noticia»
Su obra de mayor importancia
científica es la titulada «Tratado de Astrología», acabada el día 4 de abril de
1418. En este extraordinario libro, intuye claramente y lo menciona el fenómeno
físico de la atracción de la gravedad, que más tarde habría de especificar
Newton. Dentro de las observaciones lunares, don Enrique de Villena nos
puntualiza el hecho de que la Luna «toma claridad del Sol», añadiendo a esta
observación la de que una mitad es resplandeciente y la otra obscura.
Pasados cinco siglos, vuelve a tener
Villena otra persona que gusta de la observación de los astros: don Tomás Giner
Galbis, hombre de la clase media, farmacéutico de profesión, que vivió en una
esfera taciturna y polifacética.
Giner, a lo largo de sus 85 años de
vida, tuvo, entre sus diferentes facetas científicas, algunas a las que se debe
dar mención especial: la Botánica y la Literatura. En cuanto a la primera
realizó concretos estudios sobre la flora de Villena, y, por lo que se refiere
a las letras, estuvo bien relacionado con algunos autores españoles y, entre
ellos, con Eugenio Noel Muñoz, autor de la novela titulada «El Allegretto de la
Sinfonía VII», en la cual relata un aspecto del matrimonio Giner que contrasta
fuertemente con la admirable presentación que nos hace fray Joaquín Sanchís, O.
F. M., al principio de la obra titulada «El pobrecito de Asís», cuyo autor es
don Tomás Giner, quien, en los últimos años de su vida, años místicos de esta
familia, escribió con estilo sencillo y candoroso la biografía del Santo.
Pero en donde más destaca la figura
científica de Giner es en la Astronomía. Sus primeros contactos con esta
Ciencia fueron por medio del insigne astrónomo Flammarion, fundador que fue de
la Sociedad Astronómica de Francia. Este gran divulgador de la ciencia de los
astros, llegado a España con motivo del eclipse total de Sol de 1900, cuidó de
buscar a Giner y remitirle un anteojo de 43 milímetros de abertura, con el cual
hizo numerosos trabajos selenográficos, de los que mencionaremos algunos de los
insertos en el Boletín de la Sociedad Astronómica de Barcelona, de la cual fue
socio durante los años 1909 a 1921.
En mayo de 1910, cuando astrónomos
de todos los puntos del mundo se disponían a observar al corneta «Halley»,
Giner, desde Villena el día 6 de dicho mes, apreció y describió tal corneta,
señalándolo como de segunda magnitud, con la cola bifurcada, destacándose entre
los astros Venus y la Luna, ante el magnífico espectáculo de aquel amanecer. El
día 27 del mismo mes, una vez pasado el temporal atmosférico, pudo observar al
corneta en mejores condiciones, de tal forma que la cola alcanzaba hasta
Júpiter.
Giner calificaba a la Astronomía de
hermosa y consoladora Ciencia, y ante su refractor, pudo observar las
maravillas celestes, que unas veces habrían de ser manchas solares cuyo
diámetro alcanzaría hasta una octava parte del diámetro del disco solar; otra
vez observaría a Júpiter, trazando un curioso dibujo en el cual nos muestra un
rudimento de bandas y la posición de los cuatro satélites principales; otras,
serían estrellas de tercera magnitud, etc. Pero especialmente dedicó sus
energías al estudio de la Luna, ya fuera porque disponía de un modesto
telescopio, ya porque tenía la evidencia de que el método y la organización
habrían de presidir las observaciones de todo astrónomo. Y es así cuando acude
al llamamiento de Mr. Williams Porthouse, astrónomo de Manchester, para
realizar el estudio sistemático de la Luna, relegada injustamente a un rango de
segundo orden, a pesar de su proximidad a la Tierra y de darnos imágenes más
aproximadas a la realidad en relación con los demás planetas.
Sus primeras observaciones como
selenógrafo estuvieron dedicadas al cuadrante inferior izquierdo de nuestro
pálido satélite, y, dentro de él, a una gran depresión llamada «Mar de la
Serenidad. Esta predilección por dicho «mar» fue debida a su gran variedad de
accidentes, de los cuales nos habla con minucioso detalle, mostrándonos así su
hexagonal forma; la colocación de sus «cráteres» «Posidonio», «Lemonier»,
«Plinio», etc.); sus límites, que según nos indica, son: al S., con el «Mar de
la Tranquilidad; al N., con la hermosa cordillera «del Cáucaso»; al E., con los
altos «Apeninos», y al O., con los. «cráteres» «Posidonio», «Chacornac» etc., y
el istmo que comunica con el «Lago de los Sueños».
En su interior, distingue claramente
los depósitos blanquecinos o ranuras en número algo considerable, y diversas
clases de manchas según su iluminación o forma. Pero en lo que más nos hace
reparar es en una ranura que lo atraviesa de SE. a NO., dándonos todo el
detalle de ella y de otras dos que convergen en el Norte de ésta.
Prosiguiendo el estudio de nuestro
satélite, dedica parte de su actividad al estudio del «Mar de la Crisis»,
contribuyendo así al fiel conocimiento de las rugosidades y ranuras que se
observan sobre su obscura superficie. Estas observaciones las plasma en uno de
sus extensos trabajos astronómicos con la sencillez, orden y detalle que le
caracterizan. Acrece posteriormente el interés científico de este «Mar», porque
en él se presentan muestras evidentes de las cuatro épocas de consolidación de
la litosfera lunar.
Mas no sólo invita Giner al estudio
sistemático de la Luna, sino que, dentro de su reducida esfera social, procura
divulgar esta interesante Ciencia, llegando incluso a despertar interés y
curiosidad en la juventud escolar de hace unos cuarenta años, que, con motivo
de un eclipse de luna pudo observar los singulares cambiantes de luz y la
aparición de estrellas en las regiones próximas a nuestro satélite. En este
eclipse, fiel al sistema de que cada astrónomo debe de limitarse a un solo
aspecto, observa y anota escrupulosamente cómo van desapareciendo los
«cráteres» a medida que la Luna penetra en el cono de sombras de la Tierra.
El Dr. Percy Wilkins, selenógrafo
inglés muerto en enero del presente año, trazó el mapa más extenso y detallado
de la Luna hasta la fecha, y en la última edición, en la que colaboró Patrich
Moore, se impusieron nombres a muchos «cráteres» de grandes dimensiones que
carecían de ellos. Paluzie, el selenógrafo español más arriba citado, al
observar la falta de nombres hispanos, se puso en contacto con Wilkins en 1945
y determinó enviarle los de nuestros astrónomos y aficionados para aplicarlo a
los cráteres innominados, a semejanza de lo que Fischer, selenógrafo
checoeslovaco, hizo con Safarick, compatriota suyo.
Paluzie, que consideraba
sorprendentes los trabajos de Giner, verificados con un anteojo de 43
milímetros, y especialmente algunos de ellos, como el «Mapa de Ranuras
Lunares», el estudio de «Aristarco» (junto al cual, precisamente, cayó uno de
los artefactos que actualmente el hombre ha enviado a la Luna), el estudio de
los «mares» de «la Serenidad», de «la Crisis», etc., lo comunicó a Wilkins, y
éste fue quien impuso el nombre de Giner a uno de los cráteres lunares.
El «cráter Giner» se encuentra junto
al gran «cráter Posidonio». De aquí que, al hablar de los límites del «Mar de
la Serenidad», ha de decirse ahora que limita: al O., con los cráteres
«Posidonio», «GINER», «Chacornac», «Lemonier», «Litrow» y los «Montes Áureos».
No podemos terminar estas líneas sin
destacar que ambos personajes de nuestra sorprendente Villena fueron afines en
la Botánica y en la Literatura, y que ambos sintieron también atraído su
espíritu por el misterio de esos objetos cósmicos e impulsados a su observación
y estudio. Ambos murieron asimismo en invierno crudo: el uno, el 15 de
diciembre de 1434; el otro, el 14 de febrero de 1954, y, como relata Crame en
la muerte de don Enrique, fallecieron... «sin padres, hermanos, esposa, hijos o
amigos que cerraran sus ojos y velasen sus restos lívidos a la luz amarillenta
de los cirios...» Los dos cumplieron con sus deberes cristianos antes de entrar
en agonía.
Yace el uno en el convento de San
Francisco, hoy iglesia de San Francisco el Grande, de Madrid. El otro aquí, en
nuestra muy querida Villena. ¡Qué Dios los haya acogido!
Villena y agosto de 1960.
Artículo publicado con la colaboración del blog: www.villenacuentame.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario