Dos artículos relacionados con Villena:
§ Villena
y algunas de sus fiestas (Medievo -- Moros y Cristianos).
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§ Paseando
por Villena.
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VILLENA y algunas de sus fiestas
Villena
disfruta de una situación geográfica privilegiada. Con un importante cruce de
caminos, comenzó siendo límite entre los reinos de Aragón y Castilla, y en la
actualidad es portal fronterizo de tres
Comunidades autónomas: la valenciana, la castellano-manchega y la murciana. En
la zona norte de su término municipal, lindando con la pedanía de la Encina, se
encuentra la puerta que comunica la
Meseta con el sureste español y por ese trazado, discurre la autovía que comunica Madrid con Alicante, así
como las redes de ferrocarril, tanto la de ancho ibérico como la del AVE.
Villena cuenta con dos
importantes fiestas anuales. La primera se celebra en el mes de marzo,
concretamente en los días anteriores a la festividad de San José. Dicha
conmemoración tiene lugar en el Barrio del Rabal y sus vecinos participan muy
activamente, engalanando calles y plazas al estilo medieval, vistiendo ropajes
de dicha época. Estas celebraciones son
denominadas “Fiestas del Medievo”. Comienzan con la llegada a caballo de los Reyes Católicos, que
aprovechan su visita para conceder a la
villa, el título de ciudad. Tras la recepción que le dispensa el Ayuntamiento,
acompañado de la Nobleza, el Clero y el Campesinado, firman el documento que
concede dicho privilegio ante el Alcalde
y como escenario, la puerta de la Casa Consistorial. Acto seguido, don
Fernando y Doña Isabel, junto con su séquito, inician la visita a las distintas dependencias del Mercado Medieval,
donde son agasajados por los vecinos. Tras un día lleno de emociones, incluidas
el buen comer y beber, sus majestades, algo aturdidas por la exaltación vivida,
se retiran a descansar en las dependencias del castillo de la Atalaya, puesto
que al día siguiente tienen que partir camino de Orihuela.
La otra celebración es
la más importante de la ciudad, se le conoce como “Las Fiestas de Moros y
Cristianos” y se celebran del 4 al 9 septiembre, en honor a la patrona la
Virgen de las Virtudes. La vistosidad de las catorce comparsas y sus escuadras
especiales; así como las guerrillas y embajadas, que se realizan en el marco
natural del castillo de la Atalaya, es
ensalzada por los medios de comunicación, tanto nacionales como extranjeros. Su
fama les ha hecho merecedoras de la calificación máxima que concede el Ministerio
de Turismo a este tipo de celebraciones. La alegría y la hospitalidad que los
habitantes de Villena siempre han dispensado a los visitantes, hace que, de todos los rincones de la provincia, vengan
a compartir con nosotros, tan emotivos días.
Los días antes citados
son los señalados como oficiales, puesto que las Fiestas de Moros y Cristianos
comienzan en Villena el último domingo del mes de agosto con dos actos muy
significativos:
El pasacalle anunciador
de las Fiestas con disparos de arcabucería por las calles de la población en la
mañana de dicho día.
Por la tarde, la
romería, en la que se traslada a Villena, desde su santuario situados a siete
kilómetros, la Imagen de la Virgen de las Virtudes, siendo acompañada por
varios miles de personas y recibida en Villena, al anochecer, con disparos de
arcabucería mientras es trasladada a la iglesia de Santiago Apóstol donde
permanecerá hasta la mañana del día 9 de septiembre.
La tarde y noche del día
4 de septiembre serán la antesala de los grandes acontecimientos que se vivirán
a la jornada siguiente, el día 5, que comenzará con el pregón de Fiestas, el
desfile de las bandas participantes y por la tarde el desfile de La Entrada en
el que ambos bandos, primero el “Moro” y luego el “Cristiano” un gran
acontecimiento en el que participan cerca de diez mil festeros.
Durante los días
siguientes, del 6 al 9, se llevarán a cabo las embajadas y guerrillas en el
castillo de La Atalaya, la gran Cabalgata en la noche del día 6, el desfile
infantil, la ofrenda a las patrona y como apoteosis, la procesión de la Virgen
de las Virtudes por las calles de Villena, conocido como “el paseo de la
Virgen”, en la tarde del día 8.
El día 9, último día,
por la mañana regreso de la patrona a su santuario y por la tarde el acto
final, con el desfile, a pasodoble, de los nuevos cargos festeros para las
fiestas del año siguiente, acompañados de sus respectivas comparsas.
Paseando por
Villena
Villena
disfruta de una situación geográfica privilegiada y desde que en 1858 se inauguró la estación del
ferrocarril, cuando se llega por este medio, se para en el mismo centro de la
población. La ciudad brinda al viajero una preciosa vista. Tras andar unos
metros, encontramos un gran paseo y al fondo, presidiéndolo de forma majestuosa,
el Teatro Chapí, que da su nombre a tan grandioso parque. En el centro se
encuentra el monumento dedicado al músico
villenense Ruperto Chapí, y al
contemplar esta gran obra del también villenense Antonio Navarro Santafé, nos
sumergimos de lleno en la música de zarzuela y unos estribillos llegan a
nuestra mente a través de acompasados destellos musicales, sintiendo que por
unos instantes, nos trasladamos de época y escenario. Si además, coincidimos
con la hora mágica del Ángelus, los sones de campanas de “Felipe y Mari Pepa”
nos llevan al Madrid castizo, para revivir una de las obras más famosas del
género lírico español, “La Revoltosa” de Chapí.
Las
palmeras, en perfecto orden, rinden pleitesía a los recién llegados e invitan a
realizar un paseo, que nos conduce envueltos de un idilio mágico a los inicios
del corazón de Villena, la calle Luciano López Ferrer, que desemboca en las dos
grandes arterias de la población, la avenida del diputado villenense Joaquín
María López y el final de la Corredera,
calle emblemática y antaño torera, puesto que por allí se corrían los toros en el mes de agosto, en
los días comprendidos entre las festividades de la Virgen de las Nieves y la
Asunción.
Subimos
a la Puerta de Almansa y tras dejar a nuestra espalda la gran avenida de San
Sebastián, ahora llamada de la Constitución, nos dirigimos, por la calle Ramón
y Cajal a la plaza de Santiago, donde la belleza arquitectónica la observamos
en grado superlativo: los escudos heráldicos de los Reyes Isabel y Fernando,
nos indican que hemos llegado al templo
Arcedianal de Santiago. Entramos por su
puerta lateral y quedamos
atónitos ante sus impresionantes columnas helicoidales, similares a las del
baldaquino de la basílica de San Pedro, quedamos también maravillados por los
grabados de su pila bautismal, situada en el Altar Mayor, obra de varios
alumnos del famoso artista italiano Miguel Ángel. A la salida procedemos a
visitar el Palacio Municipal, antiguo hospital, también con esculturas y
grabados de dichos discípulos. En dicho edificio confluye una armoniosa
combinación del románico, con arcos góticos y portadas renacentistas, su
fachada principal está mirando al oeste de la plaza, lugar destacado de la
población, en el que se representan los grandes acontecimientos que vive la
ciudad.
Pero
hay otra visita, digna de contemplar e imposible de olvidar, se divisa tras dar
la vuelta al ayuntamiento y mirar al monte. La torre del castillo de la Atalaya
se asoma por encima de los tejados de forma majestuosa, invitando a acceder a
ella, bien por la calle del Pozo o por la de Beatas Medina. Iniciamos el
ascenso y hasta llegar a su explanada, atravesamos bellos rincones,
a la vez que vamos subiendo escaleras suaves y que tienen un encanto muy
peculiar, absorbido por un silencio sepulcral que nos transporta a otra época.
Si
bien hemos subido con el cuello estirado, al llegar a la explanada,
este estiramiento se acentúa, queremos verlo todo y no perder ningún
detalle de sus muros y almenas. Tras la contemplación, tenemos dos rutas, la
primera, visitar el interior del castillo con su grandiosa torre del Homenaje,
así como las sorpresas que nos deparan las escaleras de subida, como la mano de Fátima grabada en la pared o
la sala donde habitaba doña Constanza. La segunda, por el patio de armas y
pasillos interiores. Tras salir al exterior de la fortaleza, hacemos un nuevo
recorrido y a través de unos caminos en círculo, nos vamos deleitando con la
majestuosidad de sus almenas, a la vez que nos vamos encontrando con unas
agradables vistas de callejuelas, protegidas del sol y casas blancas con tejas
árabes, que en tiempos pasados estuvieron
habitadas por musulmanes y judíos; se trata del barrio del Rabal.
Llegamos
a la placeta Colache y a continuación iniciamos la bajada por la calle de la Rambla, sin coches ni aceras, para desembocar en las casas de la
Tercia y la iglesia de Santa María, antigua mezquita que tras su conversión en
templo cristiano, tomó la advocación de
la Virgen de la Asunción. A poca distancia, observamos que una calle peatonal
une dicha iglesia con la de Santiago y a pocos metros, la plaza Mayor, blanca y
soleada nos invita a realizar un descanso que podremos regar con vino de la
tierra y embutidos variados.
Tras
la parada de carácter gastronómico, iniciamos la cuenta atrás de nuestro grato
paseo por Villena. Tomamos el camino de regreso a la estación del ferrocarril,
pero con itinerario distinto al de subida. Lo iniciamos en la confluencia de la
plaza del Rollo con el inicio de la Corredera, pasamos por el kiosco de la Paloma, conocido antaño por su
chocolate con churros; llegamos hasta la fachada del villenense y justo al
lado, bajamos por una calle que nos conduce a la plaza de las Malvas, para
contemplar la exquisita belleza de la
fachada barroca del Palacio de las Mergelinas. Desde allí, marchamos,
por la calle San Francisco, a la parte trasera del Teatro Chapí, para observar
los típicos arcos mudéjares con el ladrillo cara vista, que le da al marrón un
color muy vivo. Nos adentramos en el paseo de Chapí y tras encontrarnos de
nuevo con el monumento dedicado a tan insigne músico, dejamos a nuestra
espalda, la fachada del teatro.
Con
sosegado regocijo, tras haber disfrutado
de una grata jornada en Villena, llegamos a la estación a esperar la llegada
del talgo procedente de Valencia, que
nos lleva de regreso a la capital de la provincia. Cuando arranca, miramos a
mano derecha y nos deleitamos con la vista de la frondosa y fértil huerta
villenense, para ir adentrándonos, como decía Azorín: “en ese Alicante castizo
de zonas montañosas” que nos conduce irremediablemente al mar Mediterráneo.
Joaquín Sánchez Huesca
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