Última representación de El Rey
que rabió en Santa Cruz de Tenerife
En el teatro
Principal última representación de tan aplaudida zarzuela cómica en tres actos
y ocho cuadros.
El Liberal de Tenerife, 10-01-1893
Fotografías íntimas: don Ruperto Chapí. Recuerdos de su etapa de músico
mayor. Impresiones en su despacho sobre su obra y el futuro de la ópera en
España
Por aquel tiempo radiante en que, dormida la
imaginación con el dulce sueño de la niñez, todas mis ilusiones se cifraban en
hurtar de la petaca materna dos o tres pitillos, e írmelos a fumar a las
alturas en que hoy se halla enclavada la Cárcel Modelo, contemplando a la vez
las maniobras de la tropa, sonó en mis oídos, por primera vez, el nombre del
ilustre compositor. Un día, los compañeros de novillos que todas las tardes
asistíamos a la instrucción del tercer regimiento de artillería a pie, nos
encontramos con una novedad: la banda, huérfana de dirección, tenía músico
mayor; un jovenzuelo imberbe, que, apurando mucho, rayaría en los veinticuatro
o veinticinco años. Paso por paso seguimos los camaradas de colegio la obra
reorganizadora del barbilampiño maestro, y al mes podía escucharse y verse la
magnífica banda de la bomba en el cuello; era una orquesta. Entonces supe cómo
se llamaba el que, con la varita mágica de su talento artístico, había
realizado tamaña empresa: don Ruperto Chapí.
Acaso es una manía singular, pero yo concedo gran
atención a los objetos familiares e íntimos de los grandes hombres; creo que la
espada de un héroe, o la pluma de un literato, tienen derecho a ser veneradas;
dicho se está que la importancia de tales útiles sube de punto cuando se trata
del piano de un compositor. Pensando en el que se hallara, si no concebida,
interpretada por primera vez a lo menos, la partitura de La Bruja, en las teclas que tradujeron en sonidos, estremeciéndose
de gozo, la bucólica canción de Tomillo y el onomatopéyico terceto de los
zahoríes, llamé a la puerta del genial artista, pasé tarjeta y aguardé… Qué
ocasión tan oportuna de contemplar a mis anchas el soñado instrumento.
El gran compositor posee uno de los despachos más
lujosos y elegantes que he visto, con dos balcones que se abren a la Carrera de
San Jerónimo; la calle aristocrática reclamaba una estancia distinguida. Los
muebles son de roble, estilo Renacimiento; las sillas, con clavos triangulares;
los estantes de los libros, con afiligranada crestería; el sillón presidencial
de alto respaldo. Tapando las puertas caen recios cortinones de terciopelo rojo
y obscuro con bordados de seda negra. En los muros, varias coronas de laurel
con grandes cintas, y multitud de cuadritos, de óleos, de acuarelas, de
dibujos, y por todas partes, en veladores, sobre los armarios, donde haya un
hueco en qué colocarse, infinidad de estatuillas, jarrones, barros cocidos,
termómetros artísticos, objetos de mayólica, albums, bustos de bronce, cuanto
pudiera desear el más espiritual de los cronistas parisienses para sus
habitaciones de soltero. En la mesa de trabajo, un atril. A un lado, mudo, con
la tapa ocultando las teclas, el instrumento que los ojos anhelaban descubrir,
con el que la mente loca ansiaba, en sus entusiasmos, celebrar una interview, como ahora se dice,
preguntándole sus impresiones: el piano de La
Bruja.
La entrada del maestro en el despacho córtame el
hilo de mis monólogos. Pregúntole por el piano de marras, y, oh realidad
horrible, que nada respeta y echa por tierra las creaciones más ricas de la
fantasía…El gran compositor me oye sonriendo, y me replica con sencillez,
revelándome, sin darle importancia, la espontaneidad de su numen:
--Lo vendí; pero le advierto que apenas compuse en
él nada de la partitura… Yo lo toco muy mal, y la mayoría de lo que escribo va
al teatro según se me ocurre, distribuido sólo el instrumental…Yo sé el efecto
que produce cuando se lo oigo a las partes al piano, y a veces, hasta que no
baja a la orquesta la obra, no la conozco.
Tal afirmación se halla comprobada por la
experiencia… Para encontrar otra fecundidad semejante, hay que retroceder al
siglo de oro de nuestra literatura, y acordarse del Fénix de los Ingenios…
Chapí, el mismo lo confiesa, no agarra el pentagrama sino cuando la necesidad y
los compromisos con las Empresas le obligan… Quizás contribuye a tal efecto el
desaliento… La zarzuela seria languidece, agoniza; no hay cantantes ni
libretistas ni compositores; el público la vuelve la espalda… El ilustre
maestro había soñado con regenerarla, con evitar su derrumbamiento…
Sólo que se queda corto en su aspiración, o quizás
la esconde en lo más profundo de su espíritu… Y es lástima… El que ha compuesto
la Fantasía Morisca y la Bruja, es,
ante todo y sobre todo, dejando a un lado otras supremas bellezas, otras
hermosuras incomparables, reveladoras del genio, un autor español, y por ende
debe de ser el pilar de mármol pentélico que, con el insigne Bretón, sostenga
sobre sus hombros robustos el gigantesco edificio futuro de la ópera nacional…
JUAN
LUIS LEÓN
Blanco y Negro; p.13, 13-05-1893
Vacaciones de Verano de la familia Chapí
El liberal de Gijón de fecha 30-07-1893
dedica un apartado a los famosos que disfrutan
en dicha ciudad la temporada veraniega y entre los asistentes destaca a
la familia del reputado y compositor don Ruperto Chapí.
Representación de La Calandria
en Santa Cruz de Tenerife
Se informa de la celebración de la primera función
de abono, la compañía cómico-lírica que inauguró sus representaciones el
domingo último. Esta función tuvo lugar en la noche de ayer, y en segundo lugar
se representó La Calandria, juguete cómico-lírico, libro de Ramos Carrión y Vital
Aza y música de Ruperto Chapí.
Tanto Ramos Carrión como vital Aza, son de
nuestros autores dramáticos contemporáneos que más se distinguen en el género
cómico. Escritores festivos y chispeantes, sin apelar a la desvergüenza para
promover la hilaridad, saben crear con argumentos sencillos, situaciones y
escenas realmente cómicas.
No han desmentido dichos señores en La Calandria, su fama de escritores
festivos, y prueba de ello son las frecuentes risas del público durante la
representación. De la música bastará decir que es del maestro Chapí, agradando
mucho los diversos y bonitos números que tiene el juguete. El señor Infante
caracterizó bien el papel de cesante y la señora García hizo una chula
madrileña deliciosa, cantando con chispa los aires populares.
Concluyó la función con la preciosa zarzuela La Leyenda del monje. Gustó esta pieza
más que la primera noche, siendo aplaudidos tanto la señora Font en la romanza
de Martina que cantó con bastante gusto, como la señora Reparaz y el señor
Rihuet en el dúo de Olvido y Valentín, repitiéndose ambos números.
EL
REVISTERO
El liberal de Tenerife, 08-11-1893
Estreno de Los mostenses en
Madrid
El anhelo del público de Madrid por buscar
distracciones se demostró la noche en que se estrenó la zarzuela Los Mostenses,
anunciada como un acontecimiento artístico, con la garantía del nombre de
Chapí, autor de la música, y preparada con grande aparato y sin escatimar
gastos de ningún género por la empresa del teatro de la calle de Jovellanos. La
zarzuela, ese género híbrido, que crispaba los nervios eminentemente artísticos
del inolvidable Alarcón, que hizo contra él enérgica campaña, será siempre del
gusto de una gran parte del público español, de la que forma la honrada
burguesía, que gusta de que la distraigan y regocijen, sin pararse mucho ni
poco en los elementos estéticos de las producciones. El lego de Los Magyares, los soldados de El sargento Federico, las cantineras de Catalina, los estudiantes de Llamada y tropa, los cortesanos de El dominó azul y de Jugar con fuego, los hombres de mar de Marina, todo esto es eminentemente simpático á ese público bonachón
y contentadizo, que no ha dejado de acudir al teatro de la calle de Jovellanos
cuando se le ha llamado con los alicientes de La Bruja, El Rey que rabió, la Tempestad y El Reloj de Lucerna.
Los autores del libro de Los Mostenses habían
acumulado todos los elementos que hicieron célebre el género: coros de
estudiantes, de educandas y monjas de convento, de aldeanas enamoradizas y
bailarinas, de alguacilillos cobardes y medrosos, barberillo apaleado,
estudiante intrépido, mandadero ridículo, fraile glotón y pedigüeño, tutor a lo
Don Bartolo, pupila a lo Rosina, abadesa simplona e inocente como la de las
comendadoras que dejó escapar a doña Inés. Nada faltaba en el libro, y la
música ofrecía en abundancia pasacalles y jotas animadísimas, romanzas
inspiradas, coros chispeantes. ¿Qué extraño es, pues, que la empresa no
omitiese gastos para presentar un decorado brillantísimo, en el que ha habido
interior de molinos y mesones, claustros de conventos, tejados y huertas y
paisajes, que desdeñando el orden cronológico eran un día de primavera, otro de
riguroso invierno, con todos los accesorios de la nieve y de la helada y al
siguiente de abrasador estío, con todos los detalles de la recolección?
Pero, a pesar de todo esto, la obra no ha gustado,
hundiéndose el libro, saliendo a salvo algunos números musicales y obteniendo
sólo completo triunfo las decoraciones, que fueron, con justicia, muy
aplaudidas. El teatro, siguiendo por las corrientes por donde marcha, va a
quedar reducido á esto, a música y pintura, a notas que alegren y regocijen y a
combinaciones maravillosas de luz y de color que distraigan sin hacer pensar y,
sobre todo, sin conmover hondamente á los que están interesados principalmente
en hacer una buena digestión.
Además, los estrenos se van haciendo imposibles en
Madrid para la gente pacífica que va a pasar agradablemente el tiempo en el
teatro, pues a las primeras representaciones de las obras asiste un núcleo de
amigos de los autores y de la empresa dispuestos a que el éxito sea colosal, y
otro núcleo de gente descontentadiza y mal humorada que nada encuentra bueno y
aceptable. Los unos aplauden a rabiar en cuanto hay el menor pretexto de
aprobación; los otros patean y protestan en cuanto la cosa más pequeña les
desagrada, y se entabla durante la representación una lucha de siseos y de
palmadas que se suele convertir en algo más contundente durante los entreactos,
con disgusto, y a veces con riesgo, del público imparcial que paga en la
taquilla su dinero para distraerse tranquilamente.
Pero ¿no pasa lo mismo que en los teatros en el país? En
cuanto surge una cuestión importante, los bandos se apasionan; los unos
exageran precipitándose por las pendientes del arrebato; los otros se estancan
en los lagos de la indiferencia, y el elemento neutral, la masa del país, suele
ser la que paga los vidrios rotos, como el infeliz contribuyente paga los
errores de los políticos y el desbarajuste de la administración.
Chorizos y polacos en los coliseos, bandos y
banderías fuera: ésta es una calamidad nacional, de la que no nos hemos librado
todavía.
La Ilustración Ibérica, Barcelona, 16-12-1893
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