Música Clásica, Teatro de Apolo
El teatro de Apolo ha abierto sus puestas con una
compañía cómico-lírica dirigida por el señor Morales. La noche se divide en dos
funciones, como en otra ocasión, y el espectáculo resulta bastante variado. El
público aplaude bastante a las señoritas Abril y Casado, a la señorita Perla y a los señores
Carceller, Povedano, etc.
La zarzuela Música clásica de Chapí, tuvo una
ejecución perfecta.
Crónica de la música,
08-03-1882
LA TEMPESTAD: DRAMA LÍRICO EN TRES ACTOS, LIBRO MIGUEL RAMOS
CARRIÓN Y MÚSICA DE RUPERTO CHAPÍ
Al salir del estreno de la nueva zarzuela en el
teatro de Apolo, tan esperada por los aficionados hacíamos mentalmente el
siguiente resumen de nuestras impresiones:
El libro tiene muy buenas situaciones hábilmente
preparadas. En su forma revela desde luego las elegantes condiciones del señor
Ramos Carrión. Como obra dramática destinada á la música tiene exageración,
amaneramiento y hasta cierto descuido que quita finura al drama para
convertirlo en un verdadero melodrama lleno de brochazos de efectos que no
siempre resultan. Hasta ha querido el autor ponerle unos ribetes filosóficos de
mal gusto, como, por ejemplo, en la balada, o lo que sea, del barítono que por
parte del músico ha resultado una bellísima página.
No
merece pues, el señor Ramos, por esta vez, la ovación que se le ha hecho; y lo confesamos
con tanta más pena cuanto que figuramos entre los admiradores sinceros de sus
obras cuando se limita en estas á seguir los impulsos naturales de sus
aficiones y de sus aptitudes. No se empeñe el señor Ramos Carrión en ser
escritor dramático porque no lo conseguirá. Preparar con habilidad las escenas
y las situaciones lo hará siempre porque tiene talento y mucho conocimiento del
teatro; para dar el vigor, el colorido y la expresión dramática bastantes
situaciones levantadas, no lo siente el distinguido escritor y no lo puede
hacer como no lo hizo en La Marsellesa
ni ahora en La Tempestad.
La música,
como inspirada en el libro, se resiente
algo de la exageración de este, y se revela este defecto, pero siempre
en menor escala que en libro, en la alta tesitura de las voces que quizá sea
causa de que algunos de los artistas no puedan cantar esta obra muchas
veces seguidas, y en cierta brillantez
estrepitosa de la instrumentación que no se requiere de un modo absoluto para
conseguir la expresión dramática.
Fuera de estos lunares, el Sr. Chapi ha
comprendido el asunto mejor que el autor del libro y ha compuesto bellísimas
páginas que le presentan como una verdadera esperanza del arte. Elogiamos, pues,
pero elogiamos con ciertas reservas que nos impone nuestra misión, la obra del
Sr. Chapí. Si la experiencia no nos demostrara el daño que se hace á los
artistas con los elogios incondicionales y absolutos como en otras ocasiones
los hemos tributado por desdicha, estaríamos entusiasmados como lo estaba el
público en masa. Teniendo la conciencia de nuestro deber, nos hemos de limitar
a dar al señor Chapí la más cordial enhorabuena y a saludarlo como se saluda al
sol que al empezar su carrera diaria no calienta todavía lo bastante, pero
promete un hermoso día. Esperemos que se realice esta promesa y que no vengan
nubes de ninguna case a defraudar la esperanza.
A quien tenemos que elogiar sin reservas de
ninguna clase y de la manera más absoluta, es a don Emilio Arrieta, director
del conservatorio. Recuérdese que es el maestro de Chapí, y se comprenderá la
justicia y la oportunidad de la observación. Aun en medio de la dirección
especial, suya propia, de la inspiración y de la factura de Chapí, se ven por doquier
los fundamentos de su personalidad artística, los cimientos de su edificio, y
estos cimientos, sólidos y robustos, son las lecciones, los consejos, las
obras, los procedimientos, la manera del señor Arrieta. Precisamente los
números de La tempestad, en que por
la forma de la construcción se ven más esos cimientos, son los más bellos, los
más conmovedores, los que no pecan por exceso ni por defecto de desarrollo
tratándose de hacer una zarzuela, los que tendrán más legítima popularidad.
Nuestra enhorabuena más absoluta, más cordial y más entusiasta al Sr. Arrieta.
La
interpretación buena. La señora Franco de Salas a quien tantas veces hemos
censurado merece en esta obra los más sinceros elogios. La señora Cortés y los
señores Ferrer, Orejón y Berges, bien…
A
LEÓN
Crónica de la Música,
15-03-1882
Ruperto Chapí y La Tempetad
Ya era hora. Como
Diógenes buscaba un hombr4e a la luz de su linterna legendario, como Arquímedes
pedía un punto de apoyo para remover el mundo, como Goethe clamaba ansioso luz,
mucha luz, en el lecho de muerte donde espiraba apaciblemente el gran pagano,
con iguales deseos, con solicitud semejante volvíase el señor Chapó a los
poetas madrileños en demanda de un libreto que ofreciese ancho campo a la rica
fantasía y al talento, cada vez más sólido y elevado, del joven cuanto
aplaudido compositor español.
Hasta ahora, sus
gestiones en el teatro no habían producido, en realidad, muy lisonjeros
resultados, y, fuera de algún ligero
escarceo por el sainete musical, tratado de un modo admirable por el autor de Música clásica, producciones de mayor
vuelo habían logrado solamente dejar la honra a salvo, a través de poemas
desprovistos de vitalidad, que oscurecieran notablemente los méritos del
maestro e hicieran olvidar muy pronto relevantísimas dotes puestas al servicio
de causas medianas y a veces también detestables.
Chapí había obtenido
un verdadero triunfo en la música instrumental con su deliciosa Fantasía Morisca, cuya serenata alcanzó,
sin gran trabajo, las codiciadas alturas de la popularidad. Su primera gran
sinfonía, en cuatro tiempos, vino armada de pies a cabeza para librar noble
batalla a la moda, y fue vencida por ésta. La hora de la rehabilitación no ha
sonado todavía, pero llegará como ha llegado, tarde o temprano, para las obras
destinadas a barrer preocupaciones y señalar al criterio público las leyes de
la verdad y del buen gusto.
La Fantasía Morisca y la obertura enérgica
y brillantísima de Roger de Flor, escrita
en una noche, cálamo currente: he ahí el contingente que Chapí ha dado a
nuestra música instrumental. Sus envíos de Roma son, en general, desconocidos y
dignos, según la opinión de competentísimas personas, del entendimiento, en
verdad excepcional, del joven compositor; pero para nosotros y el público
constituye una colección de páginas inéditas, sobre cuyo mérito no podemos
emitir apreciación alguna.
Las dos obras antes
citadas, ejecutadas constantemente con entusiasta aplauso en los conciertos,
bastan, sin embargo, para acreditar los talentos de un maestro que en los
albores de su carrera enriquecía el repertorio de nuestra música instrumental
con páginas bellísimas, llenas de carácter nacional y escrito con aplomo y
holgura extraordinarios.
En el estrecho
abandonado terreno de nuestro arte religioso, Chapí hizo sus primeras armas
ante el público con singular fortuna, y su oratorio Los Ángeles, ejecutado hace pocos años en el gran Salón-teatro de
la Escuela Nacional de Música y Declamación, fue un triunfo completo, señaló
una nueva fase de aquella inteligencia privilegiada, que con exquisita
ductilidad sabía plegarse a las convenientes de cada género y ponerse al nivel
de su naturaleza propia.
Las
naves de Cortés, la hija de Jefté y Roger de Flor, óperas en uno tres
actos, habían revelado antes los vuelos dramáticos y el vigoroso temperamento
del maestro, por más que aquellas producciones primeras dejaran campo a la
controversia; pero el germen se manifestaba visible3, denotando que las
cualidades latentes de Chapí, abandonas a su natural impulso, no necesitaban
más que tiempo y ocasión propicia para manifestarse en toda su lozanía, en toda
su plenitud.
De la ópera, Chapí
volvió hacia la zarzuela. Sus mayores éxitos hasta entonces le habían
proporcionado honra suma; pero no bastaban para llenar las imperiosas necesidades
de la vida. Casado desde muy joven y componiendo música con acompañamiento de
sendos chiquitines en las rodillas, Chapí contaba con tres protecciones: la de
su talento, protección espiritual; la de su familia y la de su maestro. El
cariño de una esposa virtuosísima y de una prole adorada; el afecto paternal,
ilimitado, absoluto, digámoslo de una vez, el afecto conmovedor del eminente
autor de Marina, fortificaban los
desfallecimientos del espíritu, las luchas y decepciones del artista, con
dulces consuelos del hogar doméstico, con los vehementes estímulos y amparo
constante de la amistad que se ofrecían al hombre.
No es mi ánimo
mortificar a nadie, pero los poetas que vinieron en auxilio de Chapí para
llevar a cabo su entrada en la zarzuela, faltos, en general, de acierto, o
desconocedores de la entidad artística tan acusa, sin embargo, del joven
compositor español, no lograron, a pesar de loables esfuerzos, que Chapí
conquistara desde luego el puesto que le correspondía.
Es cierto que el
talento del maestro no pasó jamás desapercibido para el público, antes, al
contrario, la opinión unánime de deploró sinceramente aquellos frutos del
ingenio musical, gastados inútilmente en poemas sin consistencia; pero,
consuelo menguado en aquellas circunstancias, es lo cierto que Chapí veía
derrumbarse sus ilusiones y perdido por completo el fruto de tantas vigilias,
de tanto trabajo.
La chispeante Música clásica, de Estremera, vino tan
sólo a descubrir las singulares aptitudes de Chapí para el género cómico, y a
envolver a los dos autores en una entusiasta y unánime ovación. La Serenata, de los mismos, estrenada el
pasado otoño en el Teatro de Apolo, fue un triunfo para Chapí. Estremera no
salió tan bien librado. Los ejecutantes, en general, sufrieron un justo descalabro.
¿Es obra muerta? Nada de eso; el aplaudido libretista de Música clásica, autor de chispeantes comedias justamente
celebradas, lo sabe perfectamente y no tardará en demostrarlo. Y si la Serenata vuelve a ejecutarse con las
debidas correcciones en el poema, no ha de faltarle mucho para formar un
magnífico pendant a Música clásica. Al
tiempo.
Los lectores han
podido ver las líneas precedentes, que constituyen un breve resumen de los trabajos de Chapí, las
etapas y vicisitudes que ha recorrido hasta este momento el distinguido maestro
en su corta pero brillante y accidentada carrera.
Vencedor en los
conciertos, en el oratorio y en el género cómico y ligero, objeto de general
consideración y aprecio en sus primeros ensayos de ópera, buscaba presuroso el
complemento de su fama creciente, en una obra destinada a nuestro único teatro
nacional y cantada en nuestro idioma; en una obra que pudiera, a la vez que
consolidar su nombre, dándole cabida definitiva en la historia de la zarzuela,
es decir, en la historia más genuina, más íntima y familiar, por decirlo así,
de nuestro arte, ofrecerle la justa compensación material a que los trabajos
considerables de la composición musical, fuera de lo que al talento se deben
son aquí y en todas partes acreedores.
Ese día tan anhelado para todos los artistas ha llegado, al fin, para
Chapí. Esa obra está compuesta. Tardío, pero seguro, el maestro ha dado con el
poeta, y del choque de esas dos inteligencias afines ha nacido La Tempestad, de Ramos Carrión y Chapí,
estrenada en el Teatro de la Zarzuela en la noche de 11 de marzo de 1882.
Escribo la fecha en detalle, no por Ramos Carrión, que las cuenta numerosas en
su envidiable y fructuosa carrera, sino por Chapí. En la historia del reputado
maestro español, la fecha citada es de esas fechas que quedan.
Melodrama lírico
llama Ramos Carrión a su última obra. El título está justificado; melodrama, en
efecto, reñido, en general, con las reglas de la lógica y de la verosimilitud,
dentro, bajo todos los conceptos, de las leyes convenciones que siempre han
amparado los defectos considerables del género, Ramos Carrión ha dado, sin
embargo, una nueva prueba de su discreción y su talento, arreglando para la
escena española la conmovedora leyenda bretona que Chapí ha enriquecido con los
encantos de su música.
La obra está hecha
para Chapí: el poeta ha tenido por objetivo el compositor, durante los actos
primero y segundo se nota la solicitud y el tacto, se nota, sobre todo, la
inteligencia de Ramos, atento siempre a preparar para el maestro las
situaciones más adecuadas a su talento, a sus inclinaciones, a su naturaleza.
La Tempestad conmueve, interesa y entretiene; está cuajada de esas
filigranas poéticas donde la fluidez y la delicadeza del autor de Esperanza se manifiestan en bellísimos
conceptos. La balada del acto segundo es una obra maestra. Hay en ella un
trasunto de Heine, que ha inspirado a Chapí la pieza más característica y
hermosa de toda la partitura. Es, en suma, el libro de La Tempestad un verdadero
tour de forcé, llevado discretísimamente a cabo por Ramos Carrión…
¿Representa La Tempestad algo nuevo, alfo original e
inusitado dentro del género a que los compositores españoles han rendido
preferente culto? ¿Implica la partitura de Chapí un cambio o una transformación
de las leyes fundamentales por que hasta ahora se había regido la zarzuela? ¿Es
el estilo del maestro norte de nuevas aspiraciones, esperanza de porvenir
halagüeño para nuestro arte lírico nacional?
En cuanto a esto
último, creo firmemente que sí. Después de la etapa de lo bufo, la zarzuela
atravesaba una crisis lamentable y, fuera de algunas obras importantes que,
como últimos dones, ofrecían los que a su mayor brillo contribuyeron en días
mejores, el género había decaído considerablemente.
Únicamente Fernández
Caballero con el Salto de Pasiego, su
obra más completa y pensada al parecer, había venido a galvanizar aquel cadáver
profanado por más de un compositor indigno de tal nombre…
Para llegar a este
fin, para introducir en la zarzuela esos importantes elementos que debían
ponerla en contacto con el presente, Chapí no ha necesitado nada más que dejar
correr su pluma.
Todas las obras
anteriores del joven compositor español manifestaban paladinamente sus ideas,
denotaban su firme propósito de marchar con la época fuera de perniciosas
compañías que atraen a los incautos como la luz atrae a las mariposas para
ocasionarlas muerte.
Chapí, con su Tempestad, no
ha venido por tanto, a entonar un nuevo Credo, no ha venido a sentar plaza de
reformador, en la acepción más amplia de la palabra. No es un iconoclasta
feroz, no es un Erostrato ni un Marat. Y el mérito principal de su última obra
está precisamente en eso, está en que sin expresar procedimientos, ni derribar
ídolos, ha conseguido colocar de un golpe la zarzuela don, desde hace algunos
años, debiera haber estado colocado.
Para esto le ha
bastado con ensanchar el cuadro, le ha bastado con importar al género los
elementos que hace tiempo reclamaba, respetando, sin embargo, la naturaleza de
la zarzuela. Las vestiduras antiguas, ajadas en gran parte, que cubrían su
cuerpo, constituían una incalificable incuria, la habían desfigurado, la habían
empobrecido.
Chapí le ha
construido un traje nuevo y flamante, confeccionado con el último figurín a la
vista, pero sin que la exuberancia de adornos o la seriedad extremada prestaran
aires de gran señora, de encopetada dama o aristócrata linajuda a quien
bastaron siempre ropajes bien hechos, discretos y en relación con sus formas y
estatura para captarse las voluntades y tener millares de amantes prendados de
sus gracias y rendidos a sus pies.
Chapí ha respetado las líneas convencionales, pero
en cambio el interés de las voces, la riqueza de los ritmos y sobre todo, el
poder y la expresión del elemento instrumentan
aparecen como insólito aliciente, ofreciendo los caracteres de una
verdadera novedad.
Por eso el público ha
acogido con tanto aplauso La Tempestad. Ha
visto ese paso al frente, tan vigoroso y decidido, que venía a presentarle su
género predilecto, agrandado, embellecido, idealizado por el riquísimo
contingente de los adelantos modernos, y ha batido palmas ante el maestro
victorioso.
Entretanto, séanos
permitido saludar con júbilo la bellísima Tempestad
de Chapí, que viene, en momentos
críticos, a refrescar la atmósfera de nuestra música y a disipar los miasmas
deletéreos que la invadían traidoramente.
Cuando se pagan centenares de reales por
admirar en un dúo o en una romanza a un distinguido tenor italiano o a una
aplaudida triple polaca; cuando la gente emigra al extranjero, volviéndonos,
como siempre, las espaldas, una victoria nuestra, el triunfo alcanzado dentro
del hogar doméstico debe regocijarnos, debe envanecernos más en ésta que en
otra ocasión cualquiera.
Por mucho menos se toca y canta por ahí el himno de
Riego.
Antonio Peña y Goñi.
18 marzo 1882
Revista Contemporánea, Volumen II, año 8º tomo XXXVIII, 30-03-1882
Concierto en el
Teatro de Apolo en admiración a Chapí
Para rendir un tributo de admiración al Sr. Chapí,
que se encuentra entre nosotros con motivo del estreno de su última zarzuela La Tempestad, se ha verificado en el
teatro de Apolo un brillante concierto que ha dejado gratísimos recuerdos.
En la primera parto se ejecutó la graciosa Polonesa de concierto, la Serenata núm. 1, ya conocida y juzgada
favorablemente por el público, y la Marcha
religiosa, obras de nuestro paisano señor Espí, que revelan en su autor
profundos conocimientos del arte que con tanto provecho cultiva.
La última de estas obras nos era desconocida, y se
puede decir, sin género alguno de duda, que es acabada y correcta, y que
caracteriza perfectamente su género.
La segunda
parte la componían el Ultimo Adío,
melodía para cuerda sola; Elegía á
Rossini, Recuerdos del sarao y la
popular Nit d' Albaes, composiciones debidas al director de nuestro
Conservatorio, señor Giner.
La tercera
parte se componía de la fantasía morisca
de Chapí dirigida por éste. Es Una obra originalísima acerca de la cual nada
debo decir porque ya está juzgada en todas partes.
La
introducción se desliza con suavidad de tintas y variedad de matices, sirviendo
de preparación al tema de la Marcha al
torneo, que le sigue con grandes efectos de sonoridad, de amplia frase y
elegante forma.
El núm. 3°
La Meditación, forma contraste con
los números anteriores. Lánguido y lleno de poesía se inicia el motivo y con
exquisito gusto se desarrolla hasta el
núm. 4º; La serenata, en donde no
sabemos qué admirar más, si la originalidad de este pezzo y su modo
característico, o la clase de modulaciones y variedad que dentro de su completa
unidad se emplean.
El núm. 5°, Final,
corona tan preciosa página musical. El tema de la inducción se reproduce con el
de la Marcha, y a manera que los motivos se suceden y enlazan, aumentan el
interés y fuerza, siempre en crescendo,
hasta que un atrevido y vigoroso tiempo en donde los efectos aparecen con
extraordinaria rapidez, cierra el plan general de la obra, rica en detalles de
instrumentación.
El público
saludó los últimos compases con bravos y aplausos continuados, hasta que el Sr.
Chapí, que también había repetido el número anterior, hizo lo propio con el
final, siendo de nuevo aplaudido con verdadero y justo entusiasmo.
Los tres
maestros dirigieron sus obras con acierto, y la orquesta, obediente á su
batuta, sacó notables efectos.
Crónica de la música,
03-05-1882
Poema sinfónico Don Quijote
El laureada
maestro Chapí está terminando un poema sinfónico titulado Don Quijote, el cual será estrenado en los conciertos
internacionales que en el próximo verano se verificarán en Verona (Italia).
Las Provincias de Levante,
04-05-1892
Chapí dirige Fantasía
Morisca en el teatro de la Zarzuela
Se ha verificado en el teatro de la Zarzuela una
función a beneficio de la Asociación de escritores y artistas. El tercer acto
de Marina fue perfectamente
interpretado por la señora Cortés y los señores
Berges, Ferrer, Subirá, Fuentes y coro.
Las señoras
Mendoza Tenorio y Valverde y los señores
Valero, Oltra, Maza, Fernández y Zamacois ejecutaron después
admirablemente La comedia nueva ó el café de Moratiu.
La señora Franco de Salas cantó la preciosa melodía
La pecadora, y la se- ñera Cortés el
vals del señor García Cabrero que
intercalaba en Barcelona en Los
Mosqueteros grises.
La gran novedad de la función era que la Sociedad
de conciertos que dirige el maestro Vázquez se presentó dirigida por el Sr.
Chapí para ejecutar la Fantasía morisca
de este último.
Esto podrá no significar nada porque es costumbre que
un artista ceda la dirección a otro para ejecutar obras propias. Pero quizá
signifique algo para el porvenir.
Crónica de la música,
31-05-1882
No hay comentarios:
Publicar un comentario