Un acontecimiento musical: representación de La hija de Jephté en el Teatro Real
Reflejamos la
crónica que la Revista Contemporánea, en
su tomo IV correspondiente a los meses
de junio y julio de 1976 indicó sobre el
tema:
“Poco
más de dos años hará que un joven compositor, recién salido de las aulas del
Conservatorio, se dio a conocer por sus producciones musicales, dirigiendo en
nuestro primer teatro lírico la obra que destinó al certamen del premio de la
Academia de Bellas Artes en Roma, creada por el gobierno de la república, y con
la cual alcanzó el honroso puesto que hoy ocupa en la capital de Italia.
Este
joven compositor era Chapí; la ópera laureada Las naves de Cortés. Entonces la prensa toda y el mundo dilettandi, preocupado por aquel suceso,
vio en este primer paso de la carrera artística del joven alicantino todo un
porvenir musical para nuestra patria, tanto más necesitada de su regeneración,
cuanto que por desgracia son muy raros los que persiguen con constancia y fe un
ideal o cultivan el arte con inteligencia y entusiasmo.
El
que esto escribe, al dar cuenta de este suceso, decía entonces en un periódico
literario: -Las naves de Cortés
descubren en el señor Chapí un pensamiento tan puro, unas miras tan elevadas y
un concepto tan perfecto de la misión y parte del arte musical contemporáneo,
que faltaríamos a nuestra conciencia si, al trazar estas líneas, no
consignásemos aquí todo el valor e importancia de esta producción artística;
que ha de formar época seguramente en los anales del drama lírico en España-.
Hoy se nos da a conocer Chapí con una nueva producción, y lejos de ver
defraudadas nuestras esperanzas, perdidas nuestras ilusiones, sin fundamento
los auspicios que entonces se hicieron, La
hija de Jephté, estrenada el 12 de mayo último, ha venido a confirmar
elocuentemente cuando del joven laureado de Roma dijo la prensa y el público
pensó al escuchar su primera partitura, mereciendo asimismo la más favorable
acogida y los aplausos de cuantos aman el arte y saben recompensar dignamente a
los que le profesan.
He
aquí el acontecimiento musical que sirve de epígrafe a nuestro artículo, y cuya
transcendental importancia para el arte en España merece meditarse seriamente,
ya que por desgracia tan escasos se muestran aquellos en esta como en las demás
esferas que el arte pueda manifestarnos.
Tal es el objeto al vamos a consagrar nuestras consideraciones, un tanto
inoportunas quizá para despertar interés en nuestros lectores, olvidados ya de La hija de Jephté y hasta de su autor,
pero no por esos inconvenientes, tratándose de un asunto que tan directamente
afecta a nuestra cultura nacional, ni menos necesaria para dejar sentada como
se merece, la reputación de un artista tan modesto como aprovechado, y merced a
cuya laboriosidad y talento ha podido conjurar los grandes obstáculos que,
desde que llegó a Madrid, se opusieron a la libre manifestación de sus
facultades artísticas.
Nuestros
lectores habrán leído ya la crítica que toda la prensa ha hecho de la nueva
producción del señor Chapí. Tanto por esta como por la impresión que sintió el
público en sus dos representaciones en nuestro real coliseo, habrán seguramente
deducido el valor musical de La hija de
Jephté y formado el juicio más o menos aproximado conforme a estos datos. Atentos
hoy nosotros a cuanto en este sentido se ha dicho y se ha escrito, de casi todo
lo cual dista mucho el concepto que antes de la representación, en la
representación y después de la representación habíamos formado, porque si no
veíamos en ella un modelo de arte, veíamos sí sus gérmenes y en estos gérmenes,
frutos exuberantes para el porvenir; distantes igualmente en nuestros juicios y
apreciaciones, lo mismo de los pesimistas que la censuran con acritud, porque
no ven en ellas páginas como las de Meyerbeer o Gounod, que de los apasionados
que la consideran intachable o sin defectos, y poniéndonos por último en el punto
de vista que juzgamos único y necesario para su recta apreciación, trataremos
de esclarecer la verdad poniendo de relieve tanto sus bellezas, como sus
defectos, para que así nuestros lectores puedan formar una idea, si no completa
y exacta, todo lo justa y aproximada por lo menos que sea posible. La crítica
debe ser seria y reflexiva si ha de ilustrar y persuadir; hacerla de otra forma
y con otros fines, es oscurecer la verdad y extraviar la opinión.
Entre
los múltiples aspectos bajo los cuales puede considerarse La hija de Jephté, aparece como primero y capital a nuestros
espíritu el que se refiere al género de composición o sistema musical adoptado
por el señor Chapí, aspecto que por ser a nuestro modo de ver en este momento
el más importante y a la vez el que más elocuentemente determina el valor
artístico de toda la partitura, vamos a darle la preferencia exponiéndole a
nuestros lectores antes de analizar el contenido de la composición musical.
Bajo
este punto de vista la obra del señor Chapí ha merecido, y con razón, los
plácemes, no tan solo de los inteligentes, sino también de los verdaderos
aficionados, que ven en aquel otro discípulo más de su escuela predilecta, hoy
seguida por la mayor parte de los artistas extranjeros que desean entrar en las
corrientes modernas y construir sobre las últimas conquistas de la música las
concepciones del porvenir.
De
cortas proporciones, aunque superiores sin duda a las de Las naves de Cortés y desarrollada con más amplitud y libertad, la
nueva obra que nos ocupa revela ya una tendencia fija y determinada hacia la
realización de las teorías de la escuela militante en Europa, cuyas simpatías
no trata de ocultar el señor Chapí por más que nuestra inclinación a entrar en
las últimas doctrinas musicales. Con este decidido propósito y sin abandonar un
momento aquellos procedimientos que usaron los grandes maestros, la obra se
desenvuelve y marcha sin decaer un momento dentro precisamente del sistema
armónico de la escuela de Meyerbeer, adoptada y consagrada por el diletantismo
ilustrado; este sistema que determina hoy el movimiento y el espíritu musical
de nuestra época y que, relacionando los dos grandes principios, que desde hace
tanto tiempo vienen luchando en el campo de la música, ambos exclusivistas y
contrarios en sus teorías, ha dado por resultado un principio superior
armónico, merced al cual han venido a desaparecer los dos opuestos ideales de
pasados tiempos.
Este
carácter predominante de la ópera de Chapí que ha dado motivo a censuras, un
tanto ligeras, de la crítica y a injustificadas reconvenciones de ilusos
escolásticos, tiene su explicación natural y lógica, y prueba, contra esa misma
crítica, que no es la originalidad el deseo que ha animado a nuestro joven
compositor al dar forma musical a La hija
de Jephté. Chapí se encuentra precisamente en ese periodo crítico de la
vida artística, en que la fantasía no obra con absoluta y entera independencia,
ni la concepción aparece como propia y libre individualidad: en ese momento en
que toda creación tiene que ir revestida necesariamente de un carácter
imitativo, como resultado de las circunstancias históricas en que nace y se
desenvuelve ante el espíritu. Joven aún, por más que su talento y cultura
musical sean todo lo grandes que queramos suponer y los medios de ejecución tan
extraordinarios como se puede imaginar, Chapí no debía, ni podía tampoco, sin
traspasar las leyes de la vida espiritual, manifestarse en La hija de Jephté con toda la personalidad, con toda la
independencia propia y característica de edad y experiencia superiores; ni
mucho menos emancipado y libre del que pudiéramos llamar molde y tipo,
reconocido y consagrado por el gusto musical contemporáneo. La hija de Jephté, por tanto, más bien
como revelación artística del genio personal de su autor, donde veamos
fotografiado su propio carácter y su individualidad musical, debe considerarse
como el estado actual de su espíritu, como el grado de su organización para la música,
con la síntesis, en fin, de su extraordinaria cultura artística. Tal es la
situación del discípulo predilecto del señor Arrieta, respecto de su última
concepción musical. El artista concibe y desarrolla su obra, cumpliendo con
todas las condiciones exigidas por la estética y conforme a los principios del
drama lírico moderno. Fundida íntimamente con el asunto o pensamiento poético,
esencialmente descriptiva y apropiada a la letra, de la cual no aparta la vista
el compositor, llena de dificultades técnicas de todo género, y abundante en
bellezas melódicas, rítmicas y orquestales, la música toda nos ofrece un
interés vivísimo, siempre creciente, cuyo carácter parece revelarnos el empeño
que ha puesto su autor para mostrar, no tanto sus indisputables facultades
artísticas en lo que al compositor y al armonista se refiere, cuanto su
poderosa intuición musical y decidida aptitud para el arte.
Sin
ocultarnos sus instintos y tendencias, sí como su claro concepto de los fines
que la ópera debe realizar para llegar al ideal que hoy se presiente, Chapí no
pierde jamás de vista el asunto o el pensamiento que motiva la acción
dramática. Sabe a dónde va y lo que hace, y como tiene conciencia de ello, no
se aparta un punto del camino que se ha trazado, lanzándose por extraviadas
sendas, para halagar con efectos de relumbrón al público ligero o distraído, o
sacando resortes vulgares, ya gastados y del mal uso en esta época. Más serio
que todo eso, más concienzudo y severo consigo mismo, el señor Chapí ha querido
prescindir de vanos aplausos en muchas ocasiones y ha sabido sacrificar un
gusto, pueril y ridículo después de todo, a la satisfacción real y completa del
verdadero artista. Otros harían otra cosa y seguirían otro procedimiento. Chapí
cree en la religión del arte y, consecuentemente con sus creencias, profesa sus
dogmas y practica sus principios…
Chapí,
no hay que dudarlo un momento, tiene verdadero espíritu artístico, posee una
instrucción nada común y una noción clarísima del arte que profesa…, el
provenir musical de Chapí está sin duda asegurado. Hoy le falta experiencia, es
joven y no conoce aún esos resortes escénicos que son, por decirlo así, el gran
secreto del artista; está cohibido por mil fuerzas de todo género que no le
dejan desenvolver libremente sus concepciones ni desarrollar todo el genio
poético y musical que hoy lleva en su espíritu. El día, en que libre de todas
estas trabas, siga el espíritu independiente de los grandes maestros, y
penetrado de la elevada misión que tiene que cumplir, se deje llevar por su
propia inspiración, por su propio genio, ese día, repetimos, que corresponderá
al nuevo periodo de la vida artística de Chapí, aparecerá su personalidad, y
con su personalidad su carácter y sus propias obras.
Esperemos
tranquilos ese día que ha de llegar seguramente, y entre tanto, dejemos meditar
a Chapí, como los grandes genios de la música hicieron en los primeros años de
su vida; aléntemosle manifestándole los verdaderos ideales del arte, esos
ideales que ha producido creaciones como El
Profeta y La Africana de Meyerbeer, Lohengrin
y Rienzi de Wagner, Fausto y Romeo de
Gounod; y estamos seguros que sus creaciones alcanzarán un puesto digno en el
porvenir. Chapí, nos consta, trabaja y estudia sin descanso, revolviendo cuánto
hay de notable en literatura y arte en los archivos de la capital del orbe
católico; sabemos, aunque no nos honramos con su amistad, lo que piensa en
materias de arte musical y los estudios a que con preferencia se dedica; vemos
en su última partitura cuáles son sus instintos y sus aficiones predilectas en
orden a la composición y desarrollo del drama musical, y esto nos basta para
esperan con confianza los resultados de su talento.
No
se arredre ni se detenga en la senda que ha emprendido, por grandes que sean
los inconvenientes que salgan a su paso, e insuperables los obstáculos que se
pongan a la libre manifestación de sus aficiones artísticas, que grandes e
insuperables los tuvieron también Beethoven, Gluk y Ricardo Wagner, y sin
embargo, salieron triunfantes de la reacción y el ultramontanismo musical.
Realizar
el arte por el arte mismo, sin miras extensas de ningún género, y cumplir con
todos sus principios para elevarse a las últimas regiones de la estética y
hasta los más sublimes concepciones de la armonía; relacionar con la música la
verdad con la belleza, de tal modo que el pensamiento poético tenga
transparencia en el pensamiento musical; llevar a cabo, en fin, el sistema
armónico comenzado por el sublime Meyerbeer y desarrollado por Ricardo Wagner
en sus teorías sobre el drama lírico en lo que tiene relación o es compatible
con los últimos adelantos estéticos; hacer, en una palabra, de la ópera un
espectáculo serio, sin otro fin que el que el mismo arte demanda, tal es la
sagrada misión del verdadero artista, y el deber que tiene que cumplir con las
exigencias de nuestro tiempo.
Inspirado
en estos principios, y siguiendo este camino el señor Chapí, no lo dudamos,
tendrá que sufrir en nuestra patria las consecuencias que arrostraron y
sufrieron aquellos genios que son la admiración de los tiempos presentes,
siendo el escándalo en los pasados; pero al realizarlos así en el gran
pensamiento que hoy preocupa a la España musical, al llevarlos a la ópera
española, quid desiderátum del mundo
filarmónico, sin contemporización ni condescendencia de ningún género, hará un
servicio al arte, que el arte le premiará en el porvenir, y la historia de
nuestra música nacional sabrá consignarlo gloriosamente en sus anales.”
José Estéban
y Gómez
17 de Mayo de 1876
Revista Contemporánea, tomo IV, junio y julio de 1876
Ópera española La Hija de Jefté y breve biografía de don
Ruperto Chapí acerca de su llegada a Madrid
En la noche de 11 de mayo ofrecía el Teatro Real
de Madrid un magnífico espectáculo. Verificábase el estreno de la ópera
española en un acto titulada La Hija de
Jefté, letra de don Antonio Arnao y música de don Ruperto Chapí, pensionado
de número (por oposición) en la Academia de Bellas Artes de Roma, y la
concurrencia numerosa y escogida que llenaba el ancho salón del coliseo
aplaudía con verdadero entusiasmo la inspirada producción musical del joven y
ya distinguido compositor.
En muy humilde cuna nació en Villena don Ruperto
Chapí; llegó a Madrid guiado solo por su irresistible vocación artística, para
estudiar el arte divino; matriculóse en la Escuela de Música y Declamación, y
cursó con notable aprovechamiento la difícil carrera de compositor, aprendiendo
la Armonía bajo la dirección de don Miguel Galiana, el Contrapunto con don
Tomás Fernández Grajal, y la Composición con el ilustre autor de Marina, don Emilio Arrieta.
Mostró Chapí desde sus primeros estudios grandes
dotes y aplicación constante: obtuvo primeros premios en todas las asignaturas
que cultivó; por oposición y cuando aún no tenía 19 años y no había terminado
la carrera de compositor, ganó la plaza de músico mayor del tercer regimiento
de artillería de a pie; por oposición también conquistó dos años después (1878)
el puesto de pensionado de número en la Academia de Bellas Artes de Roma.
Las composiciones que ha dado a conocer
anteriormente, alguna de ellas importantísima, como Las Naves de Cortés y el éxito sobresaliente que ha alcanzado en la
noche del 11 la bella música de La Hija
de Jefté, ofrecen seguridad completa de que el señor Chapí, que ha hecho su
brillante carrera sufriendo toda clase de privaciones, ha de dar muchos días de
gloria, no solo al arte español, sino también al arte de la música europea.
“Las obras de este joven /decía una persona muy
ilustrada, en la noche del estreno de la ópera precitada), pasarán las
fronteras y se harán honroso lugar entre las más aplaudibles del extranjero”. opinamos
lo mismo.
Ahora bien,
¿se ocupará el Gobierno español del porvenir de esta futura gloria del arte?
Sería muy laudable; pero si así lo hiciera, ¿no es verdad que tal acto sería
también muy nuevo en nuestro país?
La Ilustración Española y Americana, 22-05-1876
Desde París, Escenas de capa y
espada y la muerte de Garcilaso
El diario El Graduador, de Alicante; con el título
Lo Celebramos publicó la siguiente
noticia sobre Chapí:
“En
cumplimiento de lo que el reglamento especial dispone, nuestro comprovinciano
el maestro compositor musical don Ruperto Chapí ha mandado desde París, donde
reside, pensionado por la Academia de Bellas Artes, una sinfonía de género
puramente instrumental, titulada Escenas
de capa y espada; un motete, género religioso a cuatro voces y sin
acompañamiento, sobre el tema Veni orator;
y la ópera española en un acto La muerte de Garcilaso, letra de Arnao,
mereciendo que el jurado calificara de extraordinario mérito los trabajos
antedichos.
Según
hemos leído en nuestro festivo colega El
Solfeo, DON Jesús de Monasterio, lleno de noble orgullo al examinar los
últimos trabajos de Chapí, al tratarse de su calificación, no encontraba nota
que expresara con todo el calor que él deseaba, la bondad de aquellos; y como
sus compañeros le manifestaran que conforme
al reglamento, solo podía ser de extraordinario mérito, él por fin vendido,
pero no satisfecho, se contentó con decir:
--Pues bien…que se
escriba todo con letras mayúsculas—
Orgulloso
puede estar el joven compositor, pues cada producción musical que brota de su
robusta pluma, es un nuevo florón en la corona que ha conquistado su talento.”
El Graduador, Alicante 07-12-1876
Bellas Artes de Roma
“No
podemos dar cuenta también de los trabajos remitidos por los pensionados de la
sección de música en la Academia de Roma, porque no se prestan del mismo modo,
y por simple exhibición, al juicio público. Parece que los dos pensionados
músicos han quedado reducidos a la mitad, o sea a su mínima expresión (al
renunciar el señor Zubiaurre la pensión de mérito), no sabemos por qué clase de
raquítica economía o por qué nuevo alarde de falta de consideración a la
música. Pero, de todos modos, probable es que puedan conocerse en breve algunas
de las obras del señor Chapí, que es el único pensionado músico que ha quedado,
y entonces probablemente las aplaudiremos, como aplaudimos hace dos años en el
teatro Real la partitura del cuadro lírico Las naves de Cortés, del mismo autor.
Entretanto,
viene aquí como de molde consignar el éxito que ha tenido en el teatro de Apolo
el cuadro lírico del Sr. Arnao, Guzmán el
Bueno, puesto en música por un condiscípulo del señor Chapí, el señor
Bretón. Nada hemos de decir del libreto del señor Arnao, tanto el Guzmán el Bueno, como Las naves de Cortés del mismo autor,
juzgados están por el público, y por cierto que los lectores de la Revista Europea fueron los primeros en
apreciar las bellezas literarias de estas especiales obras. La música del señor
Bretón, como la del señor Chapí, y como la de todos los jóvenes que empiezan
ahora, con brillantes, verdaderas y propias condiciones, las tareas de la
composición musical, inclinase más, mucho más indudablemente, a la escuela de
Meyerbeer, el gran regenerador de la música dramática, que a la pura y cada vez
más decaída música italiana. Esto hace indudablemente que las concepciones de
esos jóvenes compositores no sean tan comprensibles a primera vista para el
público como las melodías limpias y escuetas que solo encantan por grandísima e
incomparable inspiración; pero en cambio se presentan desde luego con la
autoridad de un maestro que conoce bien los timbres de todos y cada uno de los
instrumentos, que comprende las necesidades del drama lírico moderno, que
practica las grandes combinaciones instrumentales y corales, y domina, en una
palabra, la ciencia de la orquestación.
Parécenos
que la música de Chapí es algo más melódica que la de Bretón, y que este se
acerca un poco más que aquel a algunas de las teorías de Wagner; pero de todos
modos, ninguno de los dos se sale de lo que realmente tiene y debe tener del
presente la llamada música del provenir; y en ambos se ve la natural influencia
de su maestro el señor Arrieta, el autor de Marina,
El Grumete y tantas otras obras , el
que ha logrado fundir en la turquesa de la más exquisita elegancia la melodía
italiana con la melodía que podemos llamar española distinguida, el infatigable
profesor cuyas teorías no se estancan, sino que, por el contrario, progresan
por el medio del estudio constante. La obertura o preludio sinfónico de Guzmán el Bueno, es una pieza bellísima
que por sí sola basta a formar la reputación de un compositor…”
Revista Europea, 10-12-1876
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